jueves, 11 de febrero de 2010

Instrucciones para celebrar San Valentín



En primer lugar, queremos daros las gracias por leernos, por visitarnos. Es un honor para nosotras haber llegado a las mil visitas y saber que nos leéis.

Instrucciones para celebrar el día de los enamorados


Dedicado a mis circunstancias pasadas y a la presente.

Advertencia: puede llevar a cabo estas instrucciones con cualquier persona, no hace falta que hayan firmado mil cartas de amor, ni que hayan hecho planes mirando el cielo estrellado. El ingrediente principal es la atracción. Este ingrediente es fácil de encontrar, solo hay que buscarlo en cabellos, voces, senos, ojos, gestos, sonrisas, piernas...

Nadie habrá dejado de observar que en la actualidad los folletos publicitarios están minusvalorados: son arrojados a cualquier buzón de publicidad, cubren las entradas de los portales. Despoje a los folletos del capitalismo que les recubre, haga una buena acción por los árboles que ahora se han transformado en propugnadores del mercado y del consumismo. Intentaremos acallar los susurros del papel, que se viste de argumentos de color rojo para recordarnos el valor- en todos los sentidos- del amor. Recoja los folletos que encuentre, también puede añadir extractos bancarios, facturas… Mezcle papeles que anuncian escapadas románticas, con anillos de oro vendidos por el Corte Inglés o con cenas con baile. Antes de que llegue la persona que le ayudó a adquirir el ingrediente de la atracción, del que ya hemos hablado antes, prepare un chocolate con bizcochos. Deje deliberadamente uno de los folletos que ha cogido esa mañana encima de la mesa. Cuando esa persona llegue, pídale que se siente al otro lado de la mesa. Moje con cuidado el bizcocho en el chocolate y acérquelo hacia la boca del comensal. Después irá viendo como sus labios se entreabren, como su lengua colorada espera el bizcocho. No sea cuidadoso, una mancha de chocolate en la comisura de los labios da un toque especial, sugerente, dulce. Salga de la habitación, trate de hacer que la incertidumbre se mezcle con el olor a chocolate. Espíe los movimientos de su invitado o invitada, imagínele. Cuando nuestro invitado se aburra empezará a hojear el folleto que usted dejó encima de la mesa. Mientras esto ocurre, enrolle uno de los folletos. Entre sigilosamente en la habitación y golpee suavemente con el folleto enrollado a su convidado. Proponga un reto, un cuerpo a cuerpo, una lucha de celulosa. Corran por toda la casa, escondiéndose en los lugares más extraños. Acorrálele en el baño. Observe como el sudor cae por su frente, como la camiseta se comienzan a mojar. Proponga una ducha para lavarse, para despojarse de los golpes que las ofertas y el dinero han dejado en nuestro cuerpo. Sea raudo y utilice el plástico que precinta uno de los folletos para atar las manos a su contrincante. Muestre una actitud amenazadora, dele a elegir entre sus labios o la vida. Espere si todavía el deseo no ha estallado, contemple la concupiscencia posada en su cuerpo, no deje que se desnude todavía. Mantenga sujeta a su presa, procure que no quede intacto ni un poro en la batalla. Condúzcale hasta la ducha. Deje que el agua les moje, les cale, humedezca todo el ambiente. Disfrute del placer de ver cómo una gota va haciendo surcos sobre sus cuerpos, como resbala y moja el papel, borrando los números y difuminando las ideas consumistas. Despójense de todas las trampas, de todos los datos. Protéjanse del agua con sus brazos, con su cuerpo. Empapele el suelo del baño con hojas de los folletos. Túmbense en el suelo, sientan como el papel recubre sus cuerpos mojados, sus cuerpos anudados. Después de todo, muestre sus habilidades para la papiroflexia, haga una flor con las hojas de los folletos sobrantes; regálesela a su compañero en señal de paz.
Recojan los papeles y salgan a la calle para echarlos en el contenedor azul. Den un paseo. A la vuelta, recojan más folletos, por si acaso.

Alba T.

1 comentario:

  1. Ay, el capitalismo. Qué sería de nosotros si no tuviésemos esos chivos expiatorios a quienes culpar de nuestras impurezas. Dicen que los griegos escogían anualmente un pobre diablo al que culpar de los males de la polis y lo despeñaban por un barranco. La necesidad humana de buscar culpables lejanos para problemas cercanos no es un invento nuestro. Estos días tiene lugar un interesante congreso en la Autónoma sobre las brujas.

    Venía bien tener una bruja a mano en la Edad Media para echarle la culpa de una sequía, de un incendio o de una hambruna. Siempre había un plebeyo deseando creérselo y un mandamás deseando endosárselo.

    Hoy en día tenemos variopintos chivos expiatorios que nos evitan buscar dentro de nosotros las causas de los problemas que nosotros mismos creamos. Tenemos a Estados Unidos, el capitalismo, Occidente. Y si esto falla, lo podemos diluir en causas más ambiguas como la codicia o la ambición desmedida. Lo cual es redundante porque no se entiende cómo la ambición o la codicia pueden ser moderadas. También en Sudamérica es recurrente culpar a España de su pobreza. Sería bueno que España comenzase a culpar a los romanos de su tasa de desempleo y exigiera a Berlusconi el pago de la deuda histórica. Nos íbamos a forrar.

    Las manifestaciones y pancartas del año 2009 en la Autónoma contra el Plan de Bolonia tenían un sinfín de chivos expiatorios: las empresas, el capitalismo... Pero en ningún cartel se leía el nombre del presidente Zapatero que era el único con potestad para derogar esa ley. Pero claro: entiendo el dolor que tantos sentían por tener que organizarle una huelga a su amado presidente. ¿Cómo protestar contra quien se ama? Menudo dilema.

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