viernes, 5 de marzo de 2010

Para vivir un año es necesario/ morirse muchas veces mucho.






A mi abuela, por sus noventa.

El día de su noventa cumpleaños, continúa destejiendo. Sus dedos han tejido mucho a lo largo de su vida; han enseñado a muchas mujeres a coser. Punto por punto nos ha ido vistiendo, acorazándonos frente a lo vulnerable. El tiempo pasa, también para sus lanas. Ahora, se siente obligada a descoser todo lo que hizo para pedir una tregua al tiempo. Sus manos van enrollando la lana en pequeños ovillos, que deshará cuando estén formados para volver a entretenerse al día siguiente. Mira por la ventana, sus ojos parecen estar buscando algo pero ya no sabe lo que espera. La mujer que ocupa este cuerpo no es Penélope, ni siquiera conoce a Ulises.
La rodean decenas de personas, que la observan con curiosidad, con admiración. Muchos aplauden su belleza, su fuerza, su vigorosidad. Ella parece observar distraída una parte del jardín. Le regalan flores con motivo de su aniversario. Intuye como alguien está colocando un ramo de rosas cerca de sus piernas. Para ella cumplir un año más no es problema ya que, al igual que una de las rosas que acaba de caer al suelo desde el ramo, es bella y fuerte.
Lucha contra el tiempo, contra el tedio, contra la amnesia. Esa es su odisea. Su mano se desliza por el trozo de lana con la esperanza de que no esté cortado para así poder completar su ovillo. Su memoria es frágil, traicionera. Se sonroja cuando le recuerdan que ha preguntado ya diez veces que de quién era el santo hoy. Sin embargo, no hay nada que el dulce no pueda arreglar y un trozo de tarta le hace sonreir.
Su mirada es arrogante. Todo lo que le rodea, todo lo que hay en ese jardín ha sido creado para realzarla. Mira al infinito. Se siente viva, sabe que todavía le recordarán muchos años, que las rosas que hoy le han regalado se marchitarán antes que ella. Se siente perpetua. Las fotografías, los halagos, las miradas atentas de los demás son su escudo contra el olvido.

Sin embargo, ella ya no es inconmovible a los suspiros, ni sus ojos son tan fuertes como para no rendirse al infinito. Su belleza caerá, acabará un día. El tiempo es más tenaz. Sus oídos oirán la espera de la tierra. La tierra espera por todos, por ella también. Volverá hacia el lugar de donde surgió, a la tierra. Será el final de la gloria erigida a la memoria, será algo disperso en el olvido. Collige virgo rosas.

Sin embargo, su sonrisa es capaz de luchar contra el paso del tiempo. Esta mujer seguirá dominando en estos lugares, sabe que todo está allí para que ella lo disfrute. No le tiene miedo al olvido porque sabe que es eterna, que ha levantado grandes pasiones entre los que la conocen. Perdurará. Seguirá regalándonos su ingenio, su forma de ver la vida, su cariño. Aún tiene cosas que enseñarnos y sabe que no está todo mostrado. Mientras, sigue haciendo ovillos, sabe que el hilo que sujeta entre sus manos tardará mucho en cortarse. Distraídamente, mira la televisión. Ve una estatua, una bonita figura femenina- quizás la representación de una diosa o una ninfa- rodeada de personas. Ve como posan un ramo de rosas en su base. Esas rosas culminarán su edad dorada. La estatua no podrá evitar convertirse en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

1 comentario:

  1. El otro día murió la bisabuela de mi novia. Una señora adorable con cien mil historias que contar. Es triste que nadie se preocupase de sonsacarle todas sus vivencias para ponerlas por escrito. Yo hice lo que pude pero llegué tarde.

    Me habló de la Guerra Civil. De cuando los que habían sido vecinos y amigos se mataban y denunciaban. Me habló de que, a pesar del mito, ella conoció gente indecente en los dos bandos. Porque una España como la nuestra -analfabeta y rencorosa- tenía que parir una guerra como la que tuvimos.

    Doña Teresa me habló de cuando los animales se criaban para comérselos y se rió a carcajadas cuando le conté que ahora los perros toman Prozac y mi gato bebe agua mineral. A doña Teresa no le importaba mucho ya salir a la calle porque a sus 96 años no estaba para muchos trotes y porque el mundo de hoy no es el que conoció.

    En su época, cuando alguien se moría, se le tumbaba en una cama de la casa y todo el pueblo presentaba sus respetos y los familiares besaban el cuerpo frío. Ahora ella se ha muerto y solo su hija y su nuera besaron su cadaver. Los demás sintieron reparo, miedo o asco. Quizá una cosa o todas a la vez. Porque la muerte es una cosa obscena que hay que tratar con guantes de látex. No sea que se nos pegue como el olor a fritanga. Y salgamos a la calle y alguien nos rechace porque apestemos a muerto.

    La muerte es algo obsceno como un hombre masturbándose en la puerta de un colegio. Y quizá porque soy obsceno besé la frente fría de doña Teresa, como tantas veces había hecho cuando iba a visitarla a su casita de Fuencarral. No por necrofilia sino por amor y respeto.

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