miércoles, 14 de abril de 2010

Caminante, no hay camino...



“Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas”
Ítaca Kavafis


Hay algo que palpita en mi muñeca, que se agarra fuertemente a ella, que la oprime. El ruido de gritos, de ovación de las personas que nos rodean me hace palparlo distraídamente, sujetarlo, como si quisiera transferir energía al reloj que me acompañará durante todo el camino. Aprieto el botón de inicio, me fusiono con el tiempo en la lucha que haremos juntos. Ahora este pálpito evocador se ha trasladado a mis piernas y se ha asentado en mis pies. Mientras esto sucede ruego al reloj que no se canse antes de tiempo, que no tenga prisa, que me alíe con el tiempo para llegar a mi destino. No solo el tiempo ha desviado mi atención sino que el espacio también empieza a hacerse notar. Se hace presente justo cuando mis pies se comienzan a mover, a despegar del suelo. El espacio y el tiempo; el Universo. La distancia quiere también que le rinda pleitesía. Quiere que mi viaje sea largo, que me cueste alcanzar la meta y, a la vez que disfrute de todas las bondades que el camino nos entrega.
Ya me lo advirtieron, correr una media maratón no iba a ser fácil. No me gustan los recorridos sencillos, en los que no hay que invertir nada de esfuerzo y en los que, una vez conseguido el objetivo, no queda nada de satisfacción. Me gustan los retos, me gusta sentir. Espacio, tiempo, lanzo mi guante, os planto cara. No seré la única, las miles de personas que me rodean también han hecho lo mismo. Agradezco que haya tanta gente capaz de esforzarse, de mostrarnos que las batallas se pueden hacer frente con una sonrisa, con compañerismo y sin buscar ningún tipo de beneficio material- aprendan, señores mandatarios-.
De momento no me puedo quejar, todo han sido sorpresas, emociones, alegría. Llevamos algunos kilómetros y los gritos de ánimo de la gente que se agolpa en las calles han sido nuestra energía, han sido el escudo contra el desfallecimiento prematuro. Y, ahora, al pasar por la Alameda siento que estoy viva, que la tierra no me ha esclavizado todavía. Y sé que tengo suerte, mucha suerte, de poder estar corriendo en Segovia. Veo árboles, patos, césped, agua, cielo y, en lo alto, el Alcázar. Sí, me gusta la naturaleza. Me gusta que me envuelva, me gusta respirarla. Me gusta que Segovia se revele llena de vida, bella, insólita, como solo ella sabe mostrarse.
Ya hemos pasado la Casa de la Moneda y comenzamos la subida que nos llevará al Azoguejo. La distancia ya está jugando sus primeras bazas y el cansancio se comienza a notar. Entonces pienso que me gusta la soledad. Detrás de este momento hay bastantes días de salir a correr sola, de tener una hora para conversar conmigo misma mientras mis piernas hacen el resto del trabajo. Es un placer el estar con uno mismo, el poder llegarse a conocer mejor mientras siente su respiración. Hoy hay muchos kilómetros para reflexionar conmigo misma. Además, no voy sola, tengo el privilegio de que me acompañe Isabel- bueno, de yo acompañarla a ella, porque ella ha sido la que me ha animado a correr este año-. Ella también corre, también sonríe. Entonces, yo, la mujer que siempre va conmigo- como diría Machado- me hace ser consciente de lo afortunada que soy de estar rodeada de gente como ella, que me demuestra que no se ha cansado de vivir, que hay que vivir con intensidad. Gracias, Isabel, gracias por tus ánimos en las cuestas y las alegrías compartidas a lo largo de todo el camino.
La bajada de las Canonjías me hace recordar que me también me gusta la lentitud- seguro que para sorpresa de muchos de los que me conocen- el recrearse en observar. Todo lo que nos rodea ha sobrevivido al paso del tiempo. Y eso tiene mucho mérito en esta época en la que todo tiene fecha de caducidad, en los tiempos de la fugacidad.
La cuesta que lleva a la Nueva Segovia trata de arrancarme la idílica idea de la llegada. A mis oídos llegan los ecos de los que me advirtieron que no sería fácil, que todo esto era una locura. Entonces cuesta más alzar la cabeza, dibujar sonrisas, sacar pecho, doblar las rodillas. Y no es verdad, dolor, yo te conozco. La vida se reconstituye con vida, con el agua. Un trago de agua que moja esófago, vísceras, sangre, huesos y aclara en la visión de una posible llegada a meta. También me revela que en cierto sentido me gusta esforzarme, que las cosas que cuestan se disfrutan más. La experiencia de haber corrido el año anterior me tenía que haber precavido de los sudores que me iban a envolver, de los lamentos que iba a tener que reprimir. Es curioso como nuestra memoria solo recuerda lo satisfactorio, como borra el sufrimiento y nos autoengañamos con un recuerdo feliz. Es importante luchar, no dejarse derrotar. Mientras subo la cuesta recuerdo los nombres de algunas personas que cayeron, que abandonaron. Me gustaría que subieran corriendo esta cuesta, que vieran como no todo está perdido, que los peores adoquines conducen a un lugar donde las vistas son maravillosas. Luchar, ir más allá. No se trata solo de dejar todo planteado y planificado sino de luchar- como dijo Saramago en su manifiesto de “No a la guerra”- con el corazón y el cerebro, con la voluntad y la ilusión. Luchar por acabar una media maratón. Luchar por mirar más allá del horizonte, luchar por reivindicarse como una pequeña gran superpotencia y alzar nuestro poder para exigir un cambio, el otro mundo posible.
Mientras que la distancia cada vez es menor, el tiempo corre más deprisa de lo que esperaba. Ya queda poco. El tiempo sigue en mi muñeca y sé que no será bueno. Sin embargo, los pitidos del reloj, que suenan antes de tiempo, me evocan que no hay que hacer las cosas por la recompensa sino por el simple placer de hacerlas.
Y el cartel de meta trae consigo abrazos, elogios, regalos... Me doy cuenta de que hay que precaverse contra los peligros del éxito, pues es la droga más adictiva que existe. Alguien inteligente se recobra de un fracaso, sin embargo, un tonto no se recupera nunca de un éxito. Aún así, es tiempo de disfrutar, pues mis piernas y yo ya sabemos lo que significan los veintiún kilómetros. Corran, vivan, agradezcan, sientan, luchen, observen, hablen consigo mismos y, cuando se cansen, continúen corriendo. Quien lo probó, lo sabe.

Alba T.

3 comentarios:

  1. Simplemente maravilloso como siempre!!!
    La verdad es que supongo que cuando consigues correr media maratón ya no importa ni el puesto, ni el tiempo que has tardado en hacerlo y me atrevo a decir que tampoco el echo de acabarlo sino que ya es un gran éxito el haberte animado a hacerlo.
    A menudo las cosas nos parecen muy complicadas, nos rendimos e incluso las evitamos, deberíamos de tomar ejemplo y animarnos a seguir adelante.
    Gracias por toda vuestra sabiduría!!
    Se os quiere!!!

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  2. Es curioso que relaciones la paz del occidental Saramago con la maratón. Si la mollera no me falla, estas carreras se celebran en honor a Filípides: el soldado griego que recorrió los 42 kilómetros que separaban Maratón de Atenas.

    Filípides venía de una batalla; venía de una guerra que los griegos libraban para no ser esclavizados por los persas. Los griegos combatían por ese humano deseo de ser libres. Gracias a Filípides y muchos miles de griegos más, en Atenás floreció la democracia y existieron gentes como Aristóteles o Pericles, cuyo discurso fúnebre todos deberíamos leer.

    Supongo que el señor Saramago habría acabado con Hitler regalándole flores o manifestándose con las manos blancas -o con sonrisas y compañerismo-. Menos mal que burdos e incultos granjeros de Oklahoma vinieron a dejarse matar en las playas de Normandía para que yo hoy sea un poco más libre. Siempre les estaré agradecido. Pero de tener tanta libertad hemos acabado creyendo que es gratis y que crece en los campos cuando llueve un poco, como los champiñones.

    ¿Hay que hacer las cosas por el placer de hacerlas y sin aguardar recompensa? Entonces -supongo- ninguna de mis niñas queridas tendrá inconveniente en calzarse el uniforme azul de limpiadora de pasillos y dedicarse a abrillantar los deslucidos azulejos de la UAM, una vez que hayan terminado la carrera. Es bonito estudiar 4 años para no desear ninguna recompensa ni obtener un puesto de trabajo acorde con el esfuerzo invertido.

    Yo, que soy partidario firme del esfuerzo individual, lucharé para que los 4 años de estudios -más los que llevo trabajando- den una recompensa adecuada.

    Filípides estaría muy orgulloso de ti, Alba. Seguro que te estuvo animando.

    P.D. Me encanta el perrito desvalido de Goya.

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  3. los pelos de punta me has puesto.... hay que ver qué bien escribes, jodía. Gracias
    un besazo, y cuando quieras, vamos a por la tercera ;)

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